Este segundo largometraje de la escritora y directora estadounidense Tamara Jenkins (su ópera prima se editó en la Argentina directamente en video como Suburbios de Beverly Hills ) obtuvo excelentes críticas en su país, una gran cantidad de premios y hasta dos nominaciones al Oscar (guión original y actriz protagónica). Se ubicó, así, después de la exitosísima La joven vida de Juno , como la película independiente más elogiada y galardonada de la temporada 2007.
Esta tragicomedia agridulce sobre dos hermanos (Laura Linney y Philip Seymour Hoffman) que son convocados de urgencia para que se hagan cargo de su padre (Philip Bosco), un anciano que sufre una progresiva degradación física y mental producto de una demencia vascular, está sostenida por un sólido andamiaje dramático, por punzantes observaciones de la vida cotidiana y por dos inmensos actores, pero al mismo tiempo repite convencionalismos propios de este subgénero de historias de familias disfuncionales con personajes de la tercera edad ( Antes de partir, En sus zapatos ) y no logra evitar una mirada por momentos despectiva, con cierto regodeo en el patetismo, a la hora de retratar las miserias de la clase media estadounidense.
Jenkins tampoco escapa de ciertos estereotipos bastante recurrentes en el cine norteamericano a la hora de retratar a los hermanos Savage, típicos intelectuales neoyorquinos bastante neuróticos, frustrados e incapaces de conectarse con lo afectivo. El es un profesor universitario, experto en filosofía y en la obra de Samuel Beckett, que está a punto de terminar un noviazgo con una inmigrante polaca, mientras que ella es una dramaturga sin éxito que subsiste gracias a trabajos temporales o fondos de ayuda pública y recibe constantes visitas de un veterano, pero fogoso y mediocre hombre casado.
La película describe sin estridencias las contradicciones entre los hermanos (él intenta deshacerse lo más rápido posible de su padre ingresándolo en el primer geriátrico disponible, mientras que ella se sumerge en un mar de torturas fruto de la culpa por el abandono), pero también cae en situaciones previsibles y demagógicas y en algunos pasajes decididamente torpes e innecesarios (como una reunión de un grupo de autoayuda para hijos con padres dementes).
De todas maneras, más allá de sus altibajos, La familia Savage -un grupo casi tan excéntrico como los Tenembaum, de Wes Anderson, los Hoover, de Pequeña Miss Sunshine, o los Berkman, que Noah Baumbach retrató en Historias de familia- logra sobreponerse a sus carencias gracias a la ductilidad de sus dos protagonistas (especialmente en el caso de Linney, que ilumina cada toma en la que aparece) y a la sensibilidad y empatía con que Jenkins termina reivindicando y redimiendo en la segunda parte a sus atribuladas criaturas.
Diego Batlle Diario “La Nación”
No hay comentarios:
Publicar un comentario