La primera escena de "El nido vacío" , sexto largometraje de Daniel Burman, es una proeza técnica, actoral, narrativa y dramática. La situación transcurre en un restaurante atestado y bastante sofisticado. En ese ámbito se desarrolla una cena multitudinaria en la que Martha (Cecilia Roth) se reencuentra con sus viejos compañeros de estudio. Allí está, también, aunque un poco ausente, abrumado, incómodo, casi fóbico y bastante neurótico, Leonardo (Oscar Martínez), el marido de Martha. Leonardo es un exitoso escritor y dramaturgo y, ya en esa apertura, queda expuesta -a través de logradas observaciones, de diálogos entrecortados, de señas, de códigos, de miradas, de gestos, de pequeñas censuras y represiones- la tensión del matrimonio, así como las fantasías y las contradicciones del protagonista.
Esa escena inicial, contada con una fluidez, una espontaneidad, unos matices y un despliegue interpretativo lleno de gracia y convicción, poco tiene que envidiarle al mejor Woody Allen y resulta el arranque perfecto para una historia en la que Burman cambia de objetivo generacional (ya no es la mirada de un hijo o de un padre treintañero como en "El abrazo partido" o "Derecho de familia" ) para retratar con la misma riqueza emocional y el mismo sentido del humor los sentimientos masculinos, pero ahora de un hombre cincuentón que ve cómo sus hijos parten del hogar (y del país) para seguir sus vocaciones o armar sus propias familias; cómo su mujer retoma los estudios universitarios de sociología, se vuelve hiperactiva y sociable; mientras él inicia un período de introspección y de crisis creativa, revive viejos hobbies, como el aeromodelismo, para matar el tiempo y cae en la tentación de un affaire con su dentista (Eugenia Capizzano).
Burman se maneja con gran desenvoltura tanto en los aspectos más livianos y cómicos como en la veta más visceral y dramática de su nueva incursión en lo más recóndito e insondable del alma masculina. En este sentido, cuenta con el aporte excepcional de Martínez, que demuestra una infrecuente ductilidad para hacer aflorar un humor muchas veces lacónico y melancólico en medio de las situaciones más tristes o desesperadas, como los celos o la sensación de abandono. Roth, por su parte, luce impecable y radiante, en un personaje que está siempre en segundo plano, siendo observada a distancia por la cámara y por su marido. Lejos de cierta tendencia a la ostentación y a la exageración de algunos trabajos suyos, la actriz acepta con humildad ese lugar en la trama y lo hace con solvencia y convicción. Otro logro (que se extiende también a los papeles secundarios) de ese gran director de actores que es Burman.
El realizador de "Esperando al Mesías" se arriesga en su nuevo film con un personaje que surge de las fantasías de Leonardo (un neurólogo interpretado por Arturo Goetz ) y con dos números musicales (también de corte onírico) que no resultan del todo logrados ni integrados al resto de la trama. De todas maneras, y aunque esos pasajes pueden quebrar en parte la empatía y la credibilidad del relato, resultan apuestas que hablan de un director inquieto, que no se queda sólo en la seguridad de los tonos y climas que, sabe, maneja con absoluta seguridad.
Los rubros técnicos son impecables y la película -más allá de los reparos apuntados- se sigue con interés y placer. Una película con vocación y aspiración masivas sin descuidar la calidad de la propuesta. Y un cineasta que, con apenas 34 años, parece haber alcanzado aquí, tanto por la temática que aborda como por el absoluto dominio de su material, la era de la madurez.
Diego Batlle Diario “La Nación”
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