jueves, 4 de septiembre de 2008

Los Falsificadores (Austria - Alemania 2007)

¿Una jaula de oro en el infierno de un campo de exterminio? Sí, una jaula cuyos privilegiados prisioneros son un pequeño grupo judío de dibujantes, diseñadores gráficos, tipógrafos, expertos en tintas, papeles, impresiones y toda clase de artesanías y al frente del cual está el falsificador más famoso del mundo.
Salvo él, un artista que aun a costa de cárcel supo cómo satisfacer su gusto por la buena vida ("¿Para qué hacer dinero con el arte cuando uno puede hacer dinero haciendo dinero?", razona), los demás son honestos trabajadores reclutados en diversos campos y confinados en Sachsenhausen con el fin de llevar adelante la Operación Bernhard. Se trata de una gigantesca falsificación de dinero (libras esterlinas y unos pocos dólares) con la cual los nazis planean inundar el mercado de los enemigos, hundir sus economías y torcer el rumbo de la guerra que están cerca de perder.

En la jaula se duerme en camas confortables, se come regularmente, hay buena música para oír durante el trabajo y hasta algún premio (una mesa de ping pong) para que ayude a estimular la producción. Del asesinato y las torturas que son de rutina en el lugar apenas llegan lejanos ecos. Pero la brutalidad se manifiesta a cada rato y la amenaza de muerte está siempre presente.

Al fin, es el instinto de supervivencia el que los ha llevado hasta allí, aunque tal decisión, la de colaborar para salvar el pellejo, les genere más de un complejo dilema moral y los acose con interrogantes. Si colaboran con la operación, sobreviven, pero también favorecen un éxito que se les volverá en contra; si la sabotean y son descubiertos, pagarán con la vida. ¿Es más importante sobrevivir para poder derrotar a los nazis? ¿Oponerse y resistir lleva sólo a un martirio vano? ¿Se puede ser al mismo tiempo resistente y colaborador?

El sólido film del austríaco Stefan Ruzowitzky, inspirado en las memorias de uno de los sobrevivientes del episodio, plantea esos y otros interrogantes, acaso con el propósito de que cada espectador se los formule a sí mismo. Al enfocar la tragedia de la Shoah en una escala individual e indagar en los miedos, culpas y disyuntivas que la situación genera en cada prisionero, es fácil reconocer que este tipo de dilemas morales no son exclusivos de un momento particularmente negro de la historia, sino que se han repetido y se repiten en otras circunstancias.

Ruzowitzky no carga las tintas en la descripción y consigue que los conflictos interiores se manifiesten a través de la acción dramática, lo que no es poco mérito: es significativa y muy potente, por ejemplo, la escena del encuentro, al final de la guerra, entre los maltrechos sobrevivientes del campo y los privilegiados prisioneros de la jaula de oro. La mesura del realizador, que a veces parece producto de un acercamiento al tema más cerebral que visceral, atenúa el impacto emotivo, pero no resta vigor a la propuesta ni disminuye el interés de la poco conocida historia. El desempeño de todo el elenco es excelente y los tangos de Hugo Díaz siguen sonando maravillosos aunque su inclusión parezca a veces un poco forzada.

Fernando López Diario La Nación

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