miércoles, 10 de septiembre de 2008

Tropa de Elite (Brasil 2007)

Tropa de elite es un hueso duro de roer. Por sus imágenes descarnadas; por la ríspida actualidad de su tema -la inseguridad en Río, cuyas superpobladas favelas son escenario de una violencia repartida entre bandas de narcotraficantes y policías corruptos-; porque refleja un estado de cosas de cuya responsabilidad, por acción u omisión, pocos escapan. Pero sobre todo porque no sugiere salidas ni propone un diagnóstico, y quizá más porque se resiste a señalar culpables: en su film no hay inocentes; todos son sujetos y objetos en las relaciones de poder.

José Padilha sabe que el problema es demasiado complejo como para reducirlo a la demonización de unos y la victimización de otros. El coloca el espejo frente al conflicto entre las bandas y el Bope, cuerpo de elite policial acerca de cuyos métodos ilustra claramente su insignia: un cráneo sobre dos pistolas cruzadas y atravesado por una espada. Es un espejo deformante, claro, porque la voz narrativa es la de un miembro de esa tropa. El realizador eligió ese polémico punto de vista para exponer el funcionamiento del Bope desde adentro, tomando como base las memorias de un ex capitán de la fuerza que ya había colaborado con él en su celebrado documental `nibus 174 . Una elección que ha levantado críticas airadas de quienes asimilan la voz del protagonista a la del director. Y que ha resultado a veces reveladora de cierto estado de ánimo social tan inquietante como la propia realidad. Ante la reacción de espectadores cariocas que celebraban la brutalidad del protagonista, que la película no oculta pero tampoco exalta, algún periodista escribió: "Tal vez el film ayude a la catarsis, a reflexionar sobre lo que nos transformó en gente así".

Incomodidad

La controversia, seguramente, se prolongará: Tropa de elite genera malestar y su presunta ambigüedad incomoda: sin duda son más tranquilizadores los films con héroes y villanos bien definidos, pero el tráfico de drogas es un asunto demasiado complicado, y en él, aunque con distintos niveles de responsabilidad, hay muchos sectores involucrados, incluida esa otra elite que lo sostiene por un lado y por otro reclama su erradicación. Padilha logra, al fin, su objetivo de poner el tema en discusión sin excluir a nadie, aunque haya quienes, quizá para eludir el compromiso, prefieran ver en la falta de una propuesta de solución (que el film subraya con su final en suspenso) una adhesión al discurso insano del protagonista: frente a este ciclo de corrupción y violencia extendido al límite de la sinrazón la única salida es matar. No advierten que el espejo del director puede estar reflejando una crisis bastante más profunda y abarcadora, quizá la de todo un sistema.

Lo que se cuenta tiene la visión esquemática y simplificadora del narrador, ese capitán Nascimento (Wagner Moura, notable), que se siente impoluto en medio de un ambiente de difundida corrupción, se ha empeñado en una guerra personal contra el narcotráfico y está preparando su retiro del cuerpo, por lo que debe elegir a su sucesor mientras asume la misión de "limpiar" una favela en la que el papa (estamos en 1997) ha decidido alojarse. Una historia paralela se desenvuelve en torno de los dos candidatos a ocupar su puesto, lo que abre el film a otras visiones (entre ellas la de un grupo de universitarios empeñados en la labor social) y a la descripción del duro entrenamiento a que son sometidos los aspirantes al Bope. Está claro que hay una interpretación parcial y subjetiva de los hechos (ahí está la persistente voz en off para recordarlo), lo que no impide que se expongan crudamente las atroces rutinas del cuerpo, el salvajismo de sus métodos, las deplorables prácticas de la policía toda y los oscuros vínculos que se tejen en torno del narcotráfico, políticos incluidos. Las imágenes son violentas, excesivas más de una vez, pero a diferencia de Ciudad de Dios -que abordaba un tema similar desde el punto de vista de los traficantes- aquí no se busca el glamour.

La incansable cámara en mano y el nervio del montaje imponen el ritmo al sólido relato, que no siempre elude los estereotipos y cede a alguna argumentación simplista, pero obtiene lo que busca: la discusión.

Fernando López Diario “La Nación”

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