domingo, 28 de febrero de 2010

Bienvenidos al Pais de la Locura (Francia 2008)


Lluvia torrencial, calles desoladas, un borracho que casi se hace atropellar, ningún hotel a la vista. Así recibe Bergues, un pueblito del extremo norte francés, a su nuevo jefe de correos. El hombre soñaba con un traslado a la Costa Azul (sobre todo para endulzar el carácter de su mujer) y en cambio ha venido a parar, castigado, a esta remota región que para él (y para gran parte de los franceses) resulta algo parecida a Siberia, y donde, para colmo, se habla un dialecto endemoniado. Tiene por delante dos años de un destierro que soportará solo: es mejor que su mujer y su hijo permanezcan en la soleada Provenza mientras él se las arregla para sobrevivir entre extraños que ni siquiera hablan francés.

El juego está abierto para que Dany Boon, nacido en la región Nord-Pas de Calais, envíe esta carta de amor a su tierra mientras se ríe bonachonamente de los prejuicios que han crecido en torno de ella, sobre todo desde que el cierre de las minas de carbón derivó en desocupación, pobreza y decadencia. Lo hace exagerando primero el choque cultural (aquí son fundamentales los equívocos generados por la diferencia de lenguas) y después valiéndose de un mínimo enredo vodevilesco. El resto lo hacen personajes pintorescos mirados con benevolencia, gags más o menos clásicos y más o menos eficaces y situaciones absurdas condimentadas con algún apunte sentimental. Lo que no ha podido evitarse es que haya reiteraciones y que la gracia de muchos diálogos desaparezca con la traducción a pesar de los esfuerzos que parecen haber hecho los responsables del subtitulado.

En el centro están el funcionario forastero (Kad Merad) y el borrachín del comienzo (el propio Boon), que terminan conformando una especie de dúo cómico pariente lejano de Bourvil-Louis de Funès. Hay buena química entre ellos y simpática desenvoltura en un elenco en el que sobresalen Line Renaud como madre mandona y sobreprotectora y Michel Galabru como el tío que anticipa el tenebroso destino que aguarda al viajero. Boon pone color local y bastante ternura en la pintura de los tipos provincianos, su simplicidad, su solidaridad y su buen corazón. Y aunque no oculta algunos males sociales de la región, los muestra al pasar, con el tono ligero de quien sólo se propone divertir un rato. Lástima que tras tanto jugar con los malentendidos entre las dos lenguas sea inevitable para el espectador no francés la sensación de haber quedado un poco fuera de la fiesta.

Fernando López Diario La Nación

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