sábado, 27 de marzo de 2010
Ponyo y el Secreto de la Sirenita (Japon 2008)
Si bien hasta los principales artistas de la productora Pixar admiten como principal influencia al cine del gran maestro japonés Hayao Miyazaki, la filmografía del máximo referente del estudio Ghibli se mantiene como la contracara, el reverso perfecto de la animación made in Hollywood.
Si la producción de Pixar, Disney, Fox o DreamWorks se sostiene en narraciones calculadas hasta el milímetro, en historias circulares muy estructuradas y de fácil acceso, en mascotas que funcionan como eficaz comic-relief, en un vértigo arrollador y ahora también en la espectacularidad de los efectos digitales 3D, el creador de El viaje de Chihiro, El increíble castillo vagabundo y La princesa Mononoke sigue experimentando con tramas audaces, con narraciones y lenguajes que escapan del clasicismo (al menos del clasicismo occidental) y con las técnicas más artesanales de la animación.
A esta altura (es el artista más exitoso del cine japonés de todos los tiempos), Miyazaki se permite combinar, como en el caso de Ponyo y el secreto de la sirenita, elementos del más puro realismo con las más delirantes situaciones fantásticas, las tradiciones niponas con la mitología griega, un clásico como La sirenita, de Hans Christian Andersen, con una mirada ecologista muy contemporánea sobre la polución de los océanos.
La idea original es muy sencilla (la relación entre un niño de cinco años ?hijo de un marino mercante y de una enfermera? y una diminuta pero muy poderosa princesa de los mares que desea con desesperación convertirse en humana), pero con insospechadas derivaciones: desde la vida en un geriátrico hasta tsunamis que generan impresionantes inundaciones, pasando por la aparición de los más exóticos personajes con poderes sobrehumanos y enorme sabiduría.
Armonía y lirismo
La belleza de cada dibujo, la inagotable imaginería visual, la excepcional banda sonora de Joe Hisaishi y el lirismo único que se desprende del cine de Miyazaki resultan mucho más atendibles que cualquier exceso o recaída que pueda encontrársele a la historia. Una película que no sólo está para ser admirada a la distancia sino también para sumergirse en sus profundidades artísticas. Una de esas experiencias que muy de vez en cuando nos regala la cartelera porteña.
Diego Batlle (Diario La Nación)
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