
Como el resto de los films de la directora turca Yesim Ustaoglu, Los tiempos de la vida trata de plantear un viaje interior de una manera personal. La trama habla de alienación y de aislamiento, de individuos cuyas vidas han sido determinadas por una estéril modalidad de clase media. La película es, en definitiva, la creación de una especie de paisaje humano universal y singular al mismo tiempo. La historia habla de una enfermedad tenebrosa: el mal de Alzheimer. La cineasta y coguionista narra con notable sensibilidad la catarsis de tres hermanos cuyas vidas torcidas hacen eclosión al juntarse para afrontar la demencia senil de su madre, que abandonó su casa con destino desconocido y a la que salen a rescatar.
La realizadora afronta esta problemática con dureza, con personajes y situaciones que desprenden veracidad. Entre lo viejo y lo nuevo, entre la vida rural y urbana, entre la memoria y el olvido, evoluciona este entramado a través del magnífico trabajo de Tsilla Chelton.
Con sus 90 años, la actriz francesa deslumbra a través de la sencillez de sus movimientos, de su mirada a veces penetrante, otras enturbiada por alguna lágrima producto de ciertas memorias que acuden a su mente enferma. Ella es la encargada de recorrer el relato, de adornarlo con la sencillez de su figura menuda, con sus palabras que parecen no decir nada pero dicen mucho.
El conflicto entre lo viejo y lo nuevo proporciona la fascinación de un país en transición, con sus personajes inmersos en los problemas que tienen su origen en remotas generaciones.
Los tiempos de la vida , pues, queda como una brillante perla de un collar adornado por cuentas que hablan de bondad y de comprensión, del amor y de esa necesidad de ser mejor a través de la ayuda que se le puede proporcionar al prójimo. Es, sin duda, un film para ver con los ojos y emocionarse desde el alma.
Adolfo C. Martínez Diario La Nación.
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