Siete días de verano en el paraíso de siempre, un paraíso blindado que ahuyenta cualquier amenaza del exterior, cerca de la naturaleza (artificial, pero naturaleza al fin), con todos los placeres al alcance del deseo (juegos, controles remotos, piscina, televisores, club, salón de fiestas, bicicletas, hasta el auto de papá); con todo el tiempo que deja libre la breve obligación escolar, con las reglas claras y bien aprendidas (incluso para trasgredirlas un poco) y lejos de la mirada vigilante de los adultos. ¿Puede pedirse más? Por alguna razón los padres están ausentes y los ocho chicos nacidos y criados en el country -hermanos, primos y algún amiguito, todos entre los 7 y los 14 años- pueden disfrutar de esa libertad mínimamente condicionada por la presencia de Esther, la empleada doméstica que ha quedado a su cuidado. Con el ojo y el oído atentos y esa especial sensibilidad para acercarse al mundo de la infancia que ya mostró en una secuencia memorable de Ana y los otros , Celina Murga se asoma a este mundo y esta situación particulares y los retrata sin ánimo de construir un ensayo sociológico (aunque en las conductas de los chicos se reflejen los modos en que se tejen las redes sociales más allá del muro) y sin necesidad de forzar una trama convencional. Le basta con un libro escueto y preciso y una mirada sutil para que el film hable por sí mismo y diga mucho más de lo que aparenta: si el country parece una prisión consentida y nadie intenta huir ni curiosear lo que hay del otro lado, por ejemplo, el impulso se manifiesta en la invasión de casas ajenas, práctica que los chicos vuelven cada vez más agresiva.
En la aparente armonía despreocupada, melancólica y un poco tediosa en que transcurre la minivacación de los ocho (cada uno con sus experiencias, del descubrimiento del amor al despunte de alguna trasgresión adolescente), sólo algo desentona: la llegada del hermano de Esther, de la misma edad pero venido de afuera. Murga descarta el melodrama y el golpe bajo: le sobra sutileza para que cada situación por mínima que parezca se cargue de elocuencia, para descubrir la individualidad de los chicos en sus acciones y deslizar algún apunte sabroso que el espectador atento sabrá detectar. El aporte del maravilloso elenco juvenil es decisivo.
Fernando López Diario La Nación
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