La atmósfera ominosa del film noir envuelve este melodrama sobre culpa, pasión, corrupción y venganza donde casi todos los hechos decisivos -un accidente, el adulterio, el asesinato- suceden fuera de la imagen. En la osada y muy elaborada propuesta de Nuri Bilge Ceylan, la cámara prefiere indagar en las reacciones de los personajes antes que detenerse en las acciones; en sus silencios antes que en las palabras, que son las apenas las indispensables. La elipsis es su herramienta expresiva, tanto como cada elemento de la imagen o de la elocuente banda sonora, que prescinde de la música y sólo asoma oportunamente bajo la forma del ringtone de un celular que parece cantar los sentimientos de su propietario. Tan riesgosa elección, sumada al ritmo demorado de los planos que a veces evocan a Antonioni y a veces a Tarkovski, no resta intensidad al drama: al contrario, lo robustece. Y hasta puede producir una suerte de efecto hipnótico.
Y está presente desde el comienzo mismo. En la oscuridad de la noche, el sonido de una brusca frenada y un golpe informan del accidente que acaba de ocurrir y que ha dejado un muerto. Quien va al volante, político en plena campaña, despierta a su chofer para proponerle que se autoincrimine a cambio de una buena suma de dinero. El acuerdo desencadena una serie de consecuencias que incluirán el adulterio y un homicidio y que involucran a otros dos personajes centrales: la esposa del chofer, mujer pasional y frustrada, y el hijo del matrimonio, un muchacho desocupado y demasiado próximo a las pandillas callejeras. También se sucederán los ocultamientos, las mentiras, los silencios, la negación. Cada uno tiene sus razones; y la culpa seguirá desplazándose, como en el principio.
Escurridizo y elíptico también en la descripción de los personajes, el film va proporcionando sesgadamente pequeños datos aislados y a veces ambiguos sobre sus caracteres para que el espectador pueda intuir algo de sus historias y acercarse a las fluctuaciones de sus conductas. No puede sino reconocerse la verdad humana que trasuntan estos seres de ficción al que un elenco admirable confiere infinidad de matices, pero sí es posible que en este caso el libro acuse los efectos de una sobreelaboración, como si cada coincidencia, cada situación aparentemente banal (alguien que vuelve antes de tiempo, una llamada inoportuna, un tren que pasa) estuvieran dispuestos para favorecer la construcción dramática y en algunos casos para responder a las exigencias de una cuidadísima puesta en escena. Como si los personajes fuera marionetas manejadas para que el film complete su perfecta circularidad.
Es un precio que vale la pena pagar para disfrutar de la sobrecogedora belleza de las imágenes, del personal y conciso lenguaje del director turco y del admirable tratamiento expresivo de la banda sonora. La canción del ringtone es todo un hallazgo.
Fernando López Diario La Nación
No hay comentarios:
Publicar un comentario