A los 70 años, Jean Becker (hijo del recordado Jacques Becker, director de clásicos como Casco de oro y Montparnasse 19 ) vuelve al cine con una historia acerca de lo natural y lo sencillo, todo un desafío para los tiempos que corren.
La novela de Henri Cueco que tomó como punto de partida comienza con el encuentro de un pintor que vuelve a su pueblo natal para recuperar la casa y la huerta en donde se crió con un jardinero del lugar. Juntos recordarán que fueron compañeros de aventuras y de banco en la escuela, cuando todavía no imaginaban que iba a ser de sus vidas.
Lo cierto es que mientras a uno (Daniel Auteuil) le fue bastante bien en su profesión pero más o menos en su matrimonio, al otro (Jean-Pierre Darroussin), ferroviario de oficio que tuvo que resignarse a dejar de lado su amor por la naturaleza en el interior de un departamento, la vida familiar le ha sonreído. El encuentro entre Dupinceau y Dujardin (Delpincel y Deljardin, tal como con bastante ironía ellos mismos se han renombrado) logra un cambio en la manera de pensar la vida del primero. Dujardin es un hombre muy sencillo e inocente, humano, un obrero que puede, sin embargo, abrir los ojos del burgués insatisfecho que asegura poder ver con la imaginación.
Dujardin descubre que en las últimas obras de Dupinceau desapareció la escala humana. El artista reniega del arte abstracto y de la retórica intoxicada de sofismas que caracteriza la crítica a la hora de justificar lo injustificable. El jardinero ayuda a su amigo a descubrir que en las cosas más sencillas de la vida está lo realmente importante. Le dirá, en un momento clave, que es fundamental llevar siempre en el bolsillo un pequeño cuchillo y un poco de hilo. El tiempo le dará la razón.
Por momentos, en particular en la primera parte, que Becker usa para describir a sus personajes, los diálogos recuerdan a los de Bouvard y Pécuchet de Flaubert, a pesar de que en este caso el tono elegido por el cineasta, recordado por obras como La fortuna de vivir , es realista. No es casual: el cine y el teatro francés abundan en obras de diferente género donde el eje está puesto en dos personajes masculinos que terminan poniendo en primer plano el sentido de la vida.
Tanto Auteuil como Darroussin demuestran, gracias al guión y a su talento, que es posible, sin excesos, hacer reír y llorar. La vida tiene esas idas y venidas, y también esos momentos trascendentes a partir de los cuales ya nada será igual que antes.
Para Dupinceau -y para muchos espectadores- nada será igual después de descubrir la vida según la elemental descripción del encargado de resucitar ese huerto en el que uno piensa recuperar el tiempo perdido y ser feliz mientras disfruta el "Va, pensiero" de Verdi, y el otro, sin saber siquiera qué es, el concierto para clarinete de Mozart. Claudio D. Minghetti. Diario La Nación.
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