Lo primero que puede decirse de La desconocida es que mantiene al espectador atento a lo que sucede en pantalla durante los 118 minutos de duración. No podía esperarse menos de una historia tan frondosa, elaborada en torno a un personaje femenino víctima de todas las desdichas y construida narrativamente sobre la base de excesos: de violencia, de cumbres dramáticas, de sobresaltos de montaje, de música grandilocuente, de golpes de efecto destinados al impacto emotivo. Tornatore parece haber abrevado al mismo tiempo en la crónica policial más negra y despiadada y en el folletín decimonónico, convenientemente actualizado en su ambientación y en su circunstancia histórica. El escenario es el de la Europa de estos tiempos, ilusorio paraíso que encandila a los que viven en los arrabales del mundo desarrollado; la protagonista, una mujer que ya ha descubierto (y padecido en carne propia) cuántas miserias y desgracias acechan a los que intentan ingresar en él.
Ella es la desconocida cuyo terrible pasado se va revelando de a poco gracias a las pesadillas y las visiones que la atormentan a cada rato, mientras se la ve merodear en torno del edificio donde vive una pareja de ricos orfebres con su pequeña hija de cuatro años. Todo es misterio en esta inmigrante ucraniana -bella, pero con las huellas del dolor marcadas en el rostro-, de la que sólo sabemos por la escabrosa introducción (un desfile de esculturales muchachas enmascaradas y desnudas ante un cliente oculto que las examina) que ha sido atrapada por una red de tratantes y que ha sido violentada, torturada y lastimada de todos los modos posibles. Se supone, por tanto, que lo que busca es venganza. Pero quizá sus necesidades profundas sean otras, más existenciales.
Una actriz notable
A medida que el rompecabezas se va armando, se distinguen los elementos que contribuyen al abigarrado cuadro: esclavitud sexual, violación, maternidad negada, venta de bebes a pedido, niños bastardos distribuidos por toda Italia, adopciones sospechosas y proxenetas temibles. Del thriller y el suspenso de los primeros tramos, el sector más eficaz del relato, se pasa al melodrama de trazo grueso, y de ahí, a las truculencias de un policial sangriento y desmelenado. Tornatore no se priva de nada: está dispuesto a sobreexcitar el ánimo del espectador con sus crudezas y sus paroxismos y a sobresaltarlo con sus impactos, de modo que carga las tintas sin temor a aproximarse a las vulgaridades de un thriller erótico de clase C o a bordear el kitsch, como sucede con el retrato del sádico rufián compuesto por un Michele Placido irreconocible. El realizador de Cinema Paradiso tiene en ese sentido la contribución de Ennio Morricone, cuya música invasiva, enfática y omnipresente parece seguir tan de cerca las partituras de Bernard Herrmann para Hitchcock que termina convirtiéndose en una parodia.
Entre tanto desborde, narrado con sostenido ritmo y orquestado con hábil sentido comercial en busca de un público consumidor de platos fuertes, es casi milagroso que la actriz rusa Xenia Rappoport pueda mantener la mesura y sea capaz de infundir intensidad dramática y convicción a esa lacerada desconocida que quiere cerrar sus cuentas con el pasado y recuperar, quizá demasiado tarde y empujada por su necesidad de afecto, algo de su maltratada femineidad.
Fernando López. Diario La Nación.
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